Hábitos del Emprendedor

5 Cosas que aprendí viajando de Bogotá a Santa Marta en bicicleta

December 11, 2020

Heading

is simply dummy text of the printing and typesetting industry. Lorem Ipsum has been the industry's standard dummy text ever since the 1500s

En lo que al parecer fue una locura más grande de la que me imaginé, la primera semana de Diciembre viajé de Bogotá a Santa Marta en bicicleta, unos 970 km en seis días. Prácticamente sin preparación, y con una bici de montaña lejos de parecerse a una profesional, arranqué el viernes 2 de diciembre sin dimensionar todo lo que se vendría, mucho menos todo lo que aprendería.

1. “You’re stronger than you think you are. Act accordingly” - Seth Godin.

Si solo vas a leer una de las cinco, o solo se te queda una frase de este blog, que sea esa. No hay absolutamente nada más cierto. Somos mucho, muchísimo más fuertes de lo que nos imaginamos. No nos exigimos, ni retamos prácticamente nada comparado con lo que nuestro cuerpo y mente están preparados para dar.

En la mañana del segundo día tuve que levantar mis piernas con mis brazos porque no las podía ni mover. Caminábamos como si no tuviéramos articulaciones, parecíamos de madera. Teníamos las manos dormidas por el peso del cuerpo sobre el manubrio. Al amanecer del último día casi que no podía ni ver de lo hinchado que tenía los ojos, la cara, y ni les cuento de lo quemado que teníamos la cola, use más crema número cuatro a mis 23 años que en toda mi infancia.

A pesar de esto, podíamos pedalear alrededor de 180 km diarios. Con un calor infernal, viento en contra, escalar un alto. Nos levantábamos pensando que no podíamos hacer absolutamente nada y nuestro cuerpo estaba listo para seis a siete horas de bicicleta. Si, somos mucho más fuertes de lo que creemos. Es hora de empezar a actuar como tal.

2. Somos insignificantes cuando estamos solos. Somos imparables en equipo.

Viajamos cinco personas, y creo que donde hubiéramos sido menos este viaje no lo hubiéramos completado, por lo menos no en seis días. Cada mañana, que sin duda era uno de los momentos más duros del día, había uno que nos animaba y llenaba de energías para seguir. Para empezar. Cada uno tuvo su día fuerte, su papel de líder para sacarnos adelante.

Ya pedaleando, cuando nos formábamos en línea intentando simular la organización de un equipo profesional, éramos imparables. Podíamos pedalear muchísimo más rápido, por mucho más tiempo. Quedarse fuera del grupo era la perdición. Pedalear contra el viento solo era posible en grupo, y ver como nos rotábamos esa primera posición y llegábamos a la meta gracias al esfuerzo de todos era supremamente gratificante. Algunos podían pedalear de primeros media hora, yo luchaba por estar al frente diez minutos, pero sin duda cada uno aportaba su máximo, y esa sensación de estar dando todo mi esfuerzo para apoyar a todo el grupo todavía me emociona como si estuviera ahí.

3. Si eres el mejor del grupo, estás en el grupo equivocado.

Nunca me había exigido tanto en mi vida. Ni cerca de todo lo que entregué en este viaje. Y lo hice principalmente por el grupo de personas con el que viaje. Todos estaban muchísimo mejor preparados que yo, y sin duda alguna en mejores bicicletas. Con decirles que cuando íbamos en bajada me tocaba pedalear con toda para mantener la velocidad a la que ellos rodaban.

Lo peor de todo ni siquiera era su preparación o bicicletas, era que cada uno de los que iba era tan orgulloso y competitivo que ninguno estaba dispuesto a quejarse diciendo que íbamos a un ritmo muy rápido o que venía rendido. Cuando íbamos en grupo, se podían ir muriendo pero pedaleaban como si nada. Ya al final me daba risa como cuando yo me reventaba (obviamente de primero) y gritaba que no podía más, que por favor le bajáramos a la velocidad, todos inmediatamente gritaban lo mismo y le bajábamos. Pero nunca antes de yo decirlo, al final me daba risa mezclada con rabia de ser siempre yo el primero en pedirlo, pero cada vez que lo hice era con pánico de lesionarme o quedarme del grupo.

Sin embargo, ser el peor del grupo es hoy una de las cosas que más valoro, y agradezco montones a Sebastian, Cesar, Iván y Esteban por toda la paciencia que me tuvieron. No solo siempre le bajaban por mi culpa, me pinche el primer día, el segundo se me estalló el neumático, y tuvieron que arreglar mi bici tres veces porque casi ni rodaba. Gracias a ser el peor del grupo aprendí que esta es la única forma de exigirse al máximo, codearse con gente mucho mejor que tu para ser el primero. Aprender y motivarse de los mejores. Si eres el mejor de tu equipo estás en tu zona de confort, estás en el equipo equivocado. Siempre, en lo que sea, rodéate de personas que sean mejores que tu, aprende a sufrir de no poder igualarlos, disfruta el ser mejor cada día, y agradece que gracias a ellos estas construyendo tu mejor versión.

4. Valorar las cosas por lo que son, y agradecer, agradecer, agradecer.

Después del segundo o tercer día, la forma en que percibíamos cada cosa que hacíamos empezó a cambiar. Intentábamos pedalear 60 km antes de un desayuno “formal” y mínimo 100km antes del almuerzo. Con el cansancio acumulado, la temperatura subiendo y viento en contra, los últimos 10 a 20 km antes del almuerzo eran un verdadero martirio. Cuando los completábamos, empezábamos a buscar cualquier sitio para almorzar, y encontrar uno era como ver a Dios en persona.

Cualquier restaurante era un espacio con techo que nos daba sombra para parar y descansar. Ya no importaba si era bonito o feo, cómodo o incómodo, vacío o lleno. Buscábamos sombra y bajo cualquier techo era la misma. Pedíamos el almuerzo, no importaba el menú, no importaba si los cubiertos eran en plata o en plástico,  si era casero o profesional, era comida. Nuestra gasolina. Era el almuerzo, y nunca dejábamos ni una sola gota. Cada plato que nos servían lo amábamos, lo disfrutábamos y lo valorábamos como pocas veces lo habíamos hecho en nuestras vidas.

Llegar en la noche a un hotel era lo mismo. Nos quedábamos en hostales de paso que cuando uno va en carro, cómodo y con aire acondicionado, ni ve. Al llegar a los pueblos, buscábamos un espacio para descansar, acostarnos y recuperarnos. Buscábamos un chorro de agua limpia para limpiarnos el barro y el sudor. ¿Qué necesitábamos? Una cama y una ducha. Absolutamente nada más. No importaba si estaba impecable. Si las sábanas estaban blancas o más bien beige. Si la ducha era potente y grande, o un simple chorro de agua. Una cama y una ducha era lo que necesitábamos, y en cada uno de las cinco noches cumplieron su función.

El punto es que, en esas circunstancias, empiezas a valorar las cosas por lo que son. A diferenciar entre lo elemental, lo necesario y el lujo. Es inevitable pensar en todo lo que uno tiene en la ciudad, en su casa. La perspectiva no vuelve a ser la misma. En nuestra vida cotidiana, tan solo por vivir en una ciudad principal, ya tenemos prácticamente todo adornado por lujos y comodidades, mucho más de lo elemental.

Y entonces, solo queda agradecer. No se trata de dejar el lujo a un lado, ni de empezar a criticar. Pero si de agradecer. De agradecer por cada cosa que tenemos. De estar presentes en el momento y ser conscientes de todo lo que tenemos, que les aseguro, es infinitamente más de lo que necesitamos. Somos muy afortunados.

5. La mente lo es absolutamente todo.

Como indiqué antes, mi entrenamiento había sido paupérrimo. No más de unas diez subidas a patios, una vuelta la sabana, una vez el alto del vino. Nunca más de 100 km y jamás montar dos días seguidos. Sin embargo, había sido suficiente para darme cuenta de la importancia de tener control sobre tu mente. Empezaba uno a pensar que estaba cansado, o que ya no podía más y listo, suficiente para sentirse rendido. El cuerpo, ahora no dudo, siempre preparado para mucho más.

Con eso en mente, y teniendo en cuenta que este año empecé con el cuento de la meditación, veía con emoción este viaje porque sabía que iba a ser un reto para la mente. Empezando el viaje decidí que lo iba a ser sin audífonos, quería escuchar todo, y encontrar la manera de distraer mi mente como fuera sin tener que recurrir a algo “artificial”.

Durante el viaje, el reto mental resultó ser mucho más duro para todos. Cada día era tema de conversación. Uno terminaba en unos viajes en la cabeza que te dejaban peor que cualquier alto. Nos imaginábamos calambres y al rato sentías el tirón. Era impresionante, apenas me empezaba a sentir exigido y cansado, iniciaban los pensamientos de que ya estaba muerto, porque obvio, nunca había hecho algo así, pensaba. Empezaba a pensar que era cuestión de segundos para que me lesionara, es más, ya me veía lesionado y sin poder llegar. El ánimo se iba al piso, y ni les cuento del rendimiento. Una cadena de sensaciones y pensamiento negativos que caían como en efecto dominó cuando dejabas que el primero entrara en tu cabeza.

Cuando caía en cuenta de lo que estaba pasando, siguiendo alguito de lo poco que he aprendido meditando me daba risa, porque no podía creerlo. Era solo cuestión de respirar. De volver a conectarse con los sentidos, con el paisaje. De disfrutar esas pequeñas cosas que dejamos pasar día tras día. Disfrutar el viento que nos refrescaba. Las sonrisas de los niños viéndonos pasar. El poder estar realizando ese viaje. Y la energía volvía con turbo.

Meditar no es más que entrenar la mente hacia dónde dirige su atención. Después de ver lo poderosa que es, tanto para bien como para mal, volví con mi motivación para meditar recargada más que nunca. Ahora convencido de lo que es capaz de lograr un cuerpo humano, no voy a permitir que la mente sea el limitante.


Cuando digo que este viaje me cambió la vida es poco. El hacerlo en estas circunstancias me llevó al límite, y como compartí en instagram,  expandió mis horizontes. Los que me han escuchado hablar del viaje se ríen cuando les digo que ahora me siento imparable, invencible, pero es que es la verdad. Cuando descubres lo que tu cuerpo y mente pueden hacer, nada vuelve a ser lo mismo.

¿Recomiendo el viaje así? No lo sé. Por un lado la verdad es que si tiene algo de loco. Por el otro, al parecer si son estas locuras las que le dan sentido a la vida.

Más que recomendar el viaje, recomendaría una experiencia similar. Sea como sea, vivir algo que destruya todas tus suposiciones. Que te lleve al límite. Te cambia de perspectiva. Te llena de confianza. Te hace crecer como persona.

Ojalá alguno de estos cinco aprendizajes te inspiren a ser un poquito mejor que ayer, y who knows, te animes a hacer una de estas locuras.

Juan Felipe Castillo M.


P.D. Nairo es nuestro rockstar. No hubo pueblo donde los niños no salieran corriendo detrás nuestro gritándonos su nombre. Colombia, que paisajes, que sazón, que culura. Definitivamente estamos en el mejor país del mundo.